martes, 16 de enero de 2007

FITZ ROY

Calor del demonio. Verano capitalino, como se extraña la quinta de los abuelos, los frutales, los techos altos, la odiada siesta, el arroyo aún no contaminado por la fábrica de laminados plásticos.
Su novio estaba trabajando, y ella, con este odiado calor, estaba en el 67 camino al Pirovano. Su novio; muchacho agradable, simpático, decía la madre de ella de vez en cuando entre suspiros y el pañuelito de tela húmedo de colonia repasado por el cuello y las muñecas. Celoso hasta la inseguridad que no se nombra ni se da cuenta. Más grande que ella, unos cuatro años.
Ella tiene 14.

La mamá de él estaba internada en el hospital y ella iba a cuidarla, a acompañarla en realidad. Tutelada por la madre enferma de él.
Bajó del colectivo, entró al hospital. El olor? Peor. Llegó a la sala de mujeres, entró, saludó a la jefa, fue hasta la cama de su suegra. Dormitaba; la saludó. Miró hasta el fondo de la sala. Todo igual. Ella sacó el banquito de debajo de la cama metálica, se sentó y se apoyó contra la pared de azulejos. De qué año era éste hospital?
Enfrente, bajo el ventanal, había una nueva internada. No había botella de agua mineral sobre la mesita, ni flores, o revistas o cosas que tienen las internadas. Nada. Ni un vaso. Ella la miró, la cara de la nueva casi amarillo hepatitis profundo, ceroso, ojeras de panda. Transpirada. Escuchó que la nueva decía algo por lo bajo, una protesta en murmullo. Se acercó a preguntar si necesitaba o quería algo, ya estaba acostumbrada y la tarde se le iba a pasar muchísimo más rápido si se entretenía con la nueva, con alguien. No entendió nada de lo que la nueva decía. Si entendió que la mujer en realidad tenía las ojeras y moretones en los brazos, y que el amarillo era de eso de cuando se van reventando los moretones y se va esparciendo todo por la piel, de adentro. Como cuando te pegan feo.
Le avisó a la enfermera, que se apantallaba con una revista Pronto y fumaba.
- Mojale los labios con una gasa húmeda, no puede tomar nada todavía.-
-...
-Dale gordita, y después venite que hago mate.-
Y ella fue, sacó la gasa de una caja del pasillo, se acercó al lavatorio del baño. Lo mojó, lo escurrió y se lo acercó a la nueva. Le puso la gasa húmeda en los labios a la mujer y ahí se le cambió la cara a la nueva, se aflojó.
Ella se volvió donde estaba la enfermera, ya tenía termo y mate.
-Pobre mina, gordita, la trajeron esta mañana. Se tiró abajo de un tren, no sé cual, no sabés lo que era. Las piernas partidas, perdió los dientes, ni un documento, nada. Una NN. Qué familia la estará buscando.-
O no, pensó ella.
Cuando ella iba al baño, miraba a la nueva y a veces dormitaba, a veces movía la cabeza, deben ser las moscas que molestan.
La vino a buscar el novio. Se fueron a la casa de él. Seguía el calor con toda potencia.

Pasaron tres días. La suegra ya tenía turno para la operación. La nueva igual. Sola, ni una botella al lado de la cama. Ni un San Expedito. Con tardes sin tele, metida en un pabellón de mujeres internadas, en pleno enero, con un sol impiadoso, ella se fue acercando a la nueva con el banquito para escuchar lo que ésta mujer murmuraba.
-Patricia!- dijo la nueva.
Ella se acercó rápido a la cama de la nueva para escuchar mejor.
-Patricia, vení, no te vayas.
-No soy Patricia, me llamo...
-Patricia, por favor, escuchá no te vayas. La mujer se empezó a poner nerviosa, los ojos cerrados, labios resecos, boca sin dientes, piel amarillenta, bordó, violeta, ojeras, pelo revuelto
-Si acá estoy, qué querés? Se le ocurrió seguirle la corriente a ver si se calmaba, a ella no le gustaban las mujeres nerviosas.
-Patricia, escuchá, vos decile que no, que todavía no podés. Decíle dale, te va a entender.
-...
-Patricia, escuchá,... y ahí se mezclaban como unas palabras del diablo, ella no entendía más. Qué decía la nueva, quién era Patricia, cómo nadie buscaba una mujer? Una madre? Una hermana, tía, abuela? Una prima aunque sea.

Y así pasaron 10 días más. En el medio una tormenta de lluvia y relámpagos que hizo que a la nueva la tuvieran que sedar. Ella le acercaba agua en un vaso, ahora sí.
Ella se había comprado una libretita en la librería de enfrente del hospital. La llevaba en el bolsillo de la camperita de jean por si refresca, le pidió una birome a la enfermera, a la de más onda, obvio, y, se sentaba al lado de la cama de la nueva con la oreja pegada a la boca de la mujer y anotaba y anotaba todo lo que entendía y lo qué creía entender, y escribía por columnas, y en otra hoja iba anotando las palabras que la mujer más repetía.
El novio le dijo que estaba tan loca como la nueva y que se dejara de estupideces. Cómo iba a encontrar a la familia de la mina ésa sin documentos ni nada? Si la policía no lo hacía, que no se metiera.
Ella sentía que su vida tomaba un giro tipo la telenovela brasilera de la esclava. En realidad muchísimos años después pensó esto. Tenía que hacer algo por la nueva, lo sentía así, adentro, en el estómago, en el corazón. En la cabeza que le daba vueltas por el calor.

Y un sábado a la tarde se bajó en Plaza Italia, por ahí le habían dicho que había una calle Fitz Roy, en Palermo Hollywood. Ella no tenía ni idea ni de la calle ni del barrio, sólo un programa del canal 9, que más o menos le sonaba así. Tampoco sabía donde empezaba la calle o si ahí terminaba. La capital es tan grande.
Había una estación de tren cuando estaba por cruzar Juan B. Justo. No sabía de dónde le salía la cara para preguntar si sabían de un accidente hace dos semanas, más o menos, con el tren, una mujer. No. No había sido en esa estación, no, no se sabía nada. Calor sofocante. El novio la va a matar cuando se entere que no fue a la peluquería como le dijo.
Y llegó a la calle Fitz Roy. Muchos árboles, sombra. Preguntó en un almacén, en un kiosco, a unos chicos en bicicleta. Cruzó. Pasó a otra cuadra. Entró a una parrilla, nada. Y así. Y así de determinada. Y un par de cuadras. Y otras.
En un taller de autos le dijeron que había habido un accidente con el tren en las vías de la calle Córdoba. Ni idea tenían si había sido una mujer o un auto, un suicidio o un choque.
Y ella cruzó otra cuadra, la libretita en la mano, la cartera cruzada en el pecho. Y tenía sed, y se puso muy nerviosa. Y entró a un almacén casi vacío. No era un chino. Un señor que leía el diario la miró entrar, le contestó que había una familia a una cuadra, enfrente que estaban buscando a la madre o algo así. Salió de atrás del mostrador preguntándole por qué quería saber. Ella le contestó rápido lo que sabía, le mostró la libretita. Salió, cruzó la calle, corrió la cuadra entera. El señor se quedó en la puerta del almacén mirándola. Mirándola. Golpeó varias puertas de esa cuadra, más adelante veía una avenida. En una puerta verde, apretó muchos timbres, le contestaron varios. Ella preguntaba si no tenían un familiar, una señora perdida, que ella venía del hospital Pirovano. Las voces del portero eléctrico la putearon, le gritaron, le colgaron.
Salvo una.
-Esperá ya te voy a abrir.- dijo la voz de una mujer
-...
La puerta se abrió, una mujer, como su tía Cari, así de musculosa y bermuda y pelo de otro color, la miró y le dijo:
-Entrá-.
Ella caminó detrás de la señora, por un pasillo con baldosas rojas y pasó a un departamento, a un patio en realidad. La señora le dijo que buscaba a su mamá. Y ella dijo:
-Vos sos Patricia?

Calor, insoportable. Ya pasó la operación de la suegra, salió bien. Está en la casa. Comiendo. Buscando. Hurgando.
Ella está en el 67, va al hospital a visitar a la mamá de Patricia. Patricia ya debe estar ahí, dándole agua mineral a la madre, o seven up, que es mejor para el calor.
En Mayo está invitada al casamiento de Patricia. Va a ir.

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